Descubrí este rincón de Portugal por casualidad… y me robó el alma

Hay lugares que uno planea visitar, y luego están los que se cruzan en tu camino como una sorpresa del destino. Así fue Marvão para mí. Iba rumbo a Évora, sin demasiadas expectativas, cuando un cartel en la carretera me hizo frenar en seco: “Castelo de Marvão”. ¿Un castillo? ¿En mitad de la nada? Allá que fui.

vista aérea de marvao Portugal
vista aérea de marvao Portugal

No sabía que estaba a punto de enamorarme de un pueblo colgado del cielo

La carretera empezó a subir y a rodearse de árboles. Cuanto más ascendía, más sentía que me alejaba del mundo. Y de repente, ahí estaba: un pequeño conjunto de casas blancas con tejados rojos, encaramado en lo alto de una montaña, rodeado por murallas de piedra y envuelto en silencio. Como si el tiempo se hubiera detenido.

calle de marvao Portugal
Calle de marvao Portugal

Dejé el coche en la entrada del pueblo (no hay tráfico dentro, por suerte) y empecé a caminar. Lo primero que noté fue el aire: limpio, fresco, con ese olor a campo que te llena los pulmones y el alma. Lo segundo, el silencio. Un silencio que te abraza. Solo se oían mis pasos sobre las piedras del suelo y algún que otro pajarillo alborotado.


¿Qué tiene Marvão que lo hace tan especial?

Todo. Y nada. Marvão no es un sitio de “cosas que ver”, es un lugar para sentir. Pero por si quieres una lista, aquí va:

  • El castillo es una joya. Puedes caminar por sus murallas, subir a las torres y tener la sensación de estar flotando sobre el valle. Las vistas son… indescriptibles. Ves la Sierra de São Mamede, la frontera con España, un mar de montañas verdes. Te juro que se me escapó un “wow” en voz alta.
  • Las calles estrechas, de piedra, con flores en cada rincón, ventanas diminutas, gatos paseando como si fueran los dueños del lugar.
  • El mirador sur, donde me senté un buen rato simplemente a respirar y mirar el infinito.
  • La iglesia y el museo municipal, pequeños pero encantadores.
  • El ambiente, que parece de otro siglo. Nada turístico, todo cuidado, auténtico.
Castillo de Marvão
pequeña muralla del catillo de Marvão

Me senté a tomar un café… y acabé hablando con una abuela del pueblo

Esto fue lo mejor. Entré en una pequeña taberna a tomar algo, y la señora que la llevaba, de unos 80 años, me trajo un café y un pastel de almendra casero que aún recuerdo. Nos pusimos a charlar (portuñol mediante) y me contó que vive ahí desde niña, que ya casi no quedan jóvenes, pero que ella no se va. “Aquí se respira paz”, me dijo. Y no le faltaba razón.

Cuándo ir, cómo llegar y qué necesitas saber

  • Cuándo ir: Primavera y otoño son ideales. Hace fresquito, el paisaje está verde y hay poquísima gente.
  • Cómo llegar: En coche, desde Lisboa son unas 2h30, desde Évora 1h45. No hay transporte público directo, así que el coche es lo mejor.
  • Dónde dormir: Hay un par de casas rurales y pequeños hoteles dentro del propio pueblo. Dormir allí es una experiencia. Yo me quedé en una antigua casa de piedra con vistas al valle. Una pasada.
  • Dónde comer: “Varanda do Alentejo” es el restaurante más famoso, con comida típica del Alentejo y vistas espectaculares.

¿Por qué deberías ir?

Porque a veces necesitamos desconectar de verdad. Porque no todo el mundo conoce este lugar. Porque te hará sentir algo. Marvão es uno de esos sitios que no solo visitas, te los llevas puestos.

Y porque todos necesitamos un rincón secreto al que escapar alguna vez.


¿Y tú? ¿También coleccionas lugares que te roban el alma?

Guarda Marvão en tu lista de deseos, pero no se lo cuentes a demasiada gente 😉. Es uno de esos tesoros que mejor se disfrutan en silencio.


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